Los a os han continuado su tozudo transcurrir y, como se suele decir, la vida ha pasado mientras tanto.
Carolina di Parma i Sorrento ha descubierto -tal vez solo ratificado lo que ya sospechaba- que la vida que empez junto a Nicol s de Covadonga y su hija Katia est llena de aristas que, corte a corte, amenazan con sangrarla. Cristina De Benito va tomando consciencia de que las herencias no siempre dejan imperios, y que, cuando los dejan, no necesariamente la vida se desliza pl cida y sin cargas. Luisa Wilson aprender , no sin dolor y amargura, que ejercer el poder, ocupar uno de esos puestos en la cumbre que durante siglos estuvieron reservados a los hombres, no te hace ni mejor ni peor que ellos; solo t decides que deseas ser. Adem s, como pasa con todo, hay un precio: el amargo sabor de la sangre de los cad veres que inevitablemente dejar s por el camino. Un sabor que a menudo se llama soledad. Y qu decir de ellos: Alejandro, Sergio, Daniel, el mismo Nicol s. O de los viejos emperadores: el propio Rafael de Benito o el inefable Mike Fox o la persistente sombra de Ben Forrester...