Cuando nos hacemos adultos -o como quer?is llamar a ese estado indefinido en el que intentamos desenvolvernos a diario-, muchos de aquellos temores infantiles no nos provocan ya m?s que una sonrisa blanda, nost?lgica tal vez. Porque los verdaderos temores, los miedos m?s lacerantes, no se nos representan ya con la apariencia de un grotesco cuerpo peludo, ojos afiebrados y garras, tampoco son un vampiro sediento de nuestra sangre ni el Hombre del Saco...