La historia evocada en "Los Extorsionadores", una obra sublime y en rgica, es una s tira llena de humor y oralidad; una ir nica nostalgia por un para so perdido, en la cual el hilo narrativo del discurso muestra el deterioro de un pa s y sus habitantes, originado por las malas pol ticas impulsadas por sus gobernantes. Mediante su narraci n, el autor pone en evidencia y acent a la disoluci n del espacio pol tico de la sociedad en un pa s simulado, donde se deconstruye toda referencia a la casualidad y en el que los personajes representan su propio proceso de enunciaci n, su propia estructura discursiva, convirti ndose en testigos y hacedores de la vida sociocultural de su pa s. En "Los Extorsionadores" se borra el l mite que separa lo imaginario de lo real, al replantear la tensi n entre la pol tica y la econom a, el compromiso y la realidad, mediante un recurso donde un hombre se ve envuelto en una relaci n conflictiva entre la ley y su transgresi n y es extorsionado por un joven, un mal ejemplo de lo que puede llegar a hacer para enriquecerse a costa de lo que sea; un excusa que utiliza su autor para poner la trama en marcha. La historia como cuerpo estremecido por la extorsi n, se convierte en la reflexi n de unos ciudadanos que se reconocen incompletos, pero a su vez deseosos de romper los lazos que los oprimen, a trav s de otro sistema que los defina sin mutilarlos, sin dividirlos, que proponga respuestas al cuestionamiento de la ideolog a pol tica gobernante. De manera que el texto deja de ser un significado pleno, para dar paso a ese cuestionamiento, donde los personajes est n ir nicamente solos, hasta el punto en que promueve, en el lector, el deseo de participar de manera activa en el di logo propuesto, donde su autor, Luis Ortiz, asume el riesgo de servirse de la palabra depurada, para acercarla al l mite donde se ala la crueldad del sistema pol tico. Al concluir su lectura, nos invade una extra a sensaci n de responsabilidad difusa, a la cual no podemos escapar sin sentirnos culpables por disimulo, por ignorancia, impotencia, cobard a o tolerancia; culpables cuando tratamos de acallar el grito secreto de la conciencia, responsables porque la culpa cala m s hondo y nos falta valor para aplicar remedios tajantes y dolorosos al mal que padecemos.
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