Despu s de muchas cosechas de siglos, la tierra se hizo m s amable y los hombres fueron m s felices. Pero ninguno ignoraba que aquel rosado tiempo era uno de los ltimos fulgores del crep sculo del planeta. Las regiones boreales hab an adquirido una extensi n prodigiosa y los veranos eran tibios y sutiles. Se hac an peregrinaciones a numerosos g iseres abiertos recientemente, que ofrendaban al cielo, desmesurado e impasible, la ternura del ltimo...