Tal vez se alar a Pompeya, como a toda esa Italia, no sea m s que un gui o premeditado para revivir la historia que nunca hemos tenido, esa historia tan verdadera y falsa al mismo tiempo. Ahora bien, la vida perfecta es as real.Y sucedi . La pandemia del COVID-19 entr inquisitoriamente en medio mundo, y m s tarde y de mejor o peor modo en el otro, pero hacia N poles (donde el Vesubio), cuando a otros muchos les dio por vivir, ellos ya llevaban varias vidas. As pues, se fueron cobrando su comisi n mientras los muertos se suced an. Adem s, siguieron viviendo tal y como eran: unos, un pedazo de carne te ida; otros, cayendo en la tentaci n de la justica exacta asistiendo con cotidianidad a ese tumulto escandaloso de las conversaciones y los amores en cuarentena.Fabrizio y Nicoletta suspiraron a medias. Se quisieron querer, m s quiz s les faltaron entra as y les restaron empaque sus trabajos de funcionario y de farmac utica. Ya en los primeros renglones su amor no fue virgen. Se dieron cuenta. Lo suyo no fue una mera especulaci n imaginativa; se conoc an de antes, del instituto, y no por ello, ella se dio a la necesidad reproductiva, o s ?En Pompeya, los verdaderos due os del cielo ten an claro d nde encontrarlo. Les gustaba hacer negocios; y pegarles fuego a las cosas: su segundo sexo. Tambi n las putas. Solo a trav s del enga o y del adulterio pod an demostrar que no eran esclavas de nadie y desmentir las pretensiones del macho. A todo eso, d ndole la impresi n a mucha gente que les faltaba algo, porque miraban hacia fuera al estar confinados. A ello nos evoc el devenir biol gico de la existencia. A querer algo m s que un marido, unos hijos y una casa. Ha hacerse con todos los despojos, dominando el secreto del reciclaje. Y no dejando de ser un relato que obedece a la verdad, solo que la verdad desnuda hay que representarla, para lo cual nos ayuda el libro del Doctor Zhivago, inmutable y vigoroso ante todo progreso social sin perder un pice de elegancia, pues la verdad puede llegar a ser vulnerable, desgarradora y horrorosa, pero cierta.Si el virus lleg a ser tal que unas tenazas negras y s lidas enganch ndose a una yaga en la enc a de cualesquiera, el soportable dolor de Pompeya no era menos, sabiendo del umbral de la explotaci n y de la vida. Su deber se convirti en legitimarse a s mismos. Pero no, no se trataba de un supuesto equilibrio de generosidades, cada cual sobrevivi como mejor pudo y, si el amor no existi , tan solo la necesidad razonable de una compa era ya dio su fruto. N poles no era el perturbador significado de algo malo, de hombres y de una tierra donde exist a una fuerte presi n para que ellas se mostrasen follables y dignas de ser amadas. Esa regi n era el lugar donde daba la impresi n que siempre les faltaba algo y a lo mejor es que lo ten an todo. Desde esa perspectiva se observa la evoluci n de la pandemia, con toda su cr tica social, desde los pueblos peque os hasta lo m s grande: Roma. Ese virus y lo de antes, que convirti multitud de vidas en mu ecas sin expresi n.
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