El silencio abrazaba la habitaci n, s lo iluminada por la tenue luz de la luna que entraba por los resquicios de las persianas cerradas. Livia, sentada a la mesa de caoba, contemplaba la inmensidad de la ciudad nocturna que se extend a ante sus ojos, en la planta 40 del edificio de cristal y acero. La copa de vino que ten a delante reflejaba el brillo plateado de la luz de la luna, tan solitaria como se sent a en aquel momento.
Las palabras del...