Jacinto Ruiz de Mendoza naci en Madrid en 1779, en una Espa a que ya empezaba a intuir el eco de sus enemigos y, con ellos, el de la guerra. Criado en el seno de una familia de militares, con la espada y la disciplina como nicas herencias, pronto aprendi que en la vida hab a dos caminos: la rendici n o la honra. De joven, desarroll un temperamento de hierro, tan afilado como el acero de su sable. Su educaci n en el Real Seminario de Nobles le form en la esgrima y la estrategia, disciplinas que honr con disciplina y un fervor patrio. No era ni un so ador ni un fil sofo, no al menos en el sentido estricto. A Jacinto le mov an las ideas, s , pero ideas con filo: honor, deber, patriotismo. Por eso, cuando las tropas napole nicas invadieron Espa a en 1808, Jacinto no dud en ponerse al servicio de su pa s. Era teniente del Regimiento de Voluntarios del Estado y, a pesar de sus veintitantos a os, ya ten a esa mirada sombr a y endurecida, propia de los hombres que saben que van a morir. El 2 de mayo de ese mismo a o, el destino lo llam en Madrid, entre el bullicio y la p lvora, en aquella revuelta que marcar a el punto de partida de la Guerra de la Independencia. Ruiz de Mendoza lider a sus hombres con una mezcla de valent a y furia contenida. En el Parque de Artiller a de Montele n, defendi la posici n con una rabia que ya no se ve, junto a otros nombres inmortales, como el capit n Pedro Velarde. Rodeados, superados en n mero y armamento, lucharon hasta el ltimo cartucho, hasta el ltimo aliento. Jacinto Ruiz de Mendoza muri en Trujillo en 1809, apenas un a o despu s de haber desenvainado el sable en Madrid aquel maldito 2 de mayo. No se fue como mueren los h roes de los libros, envuelto en la gloria de las grandes victorias o los t tulos rimbombantes. No, su final fue mucho m s triste y desprovisto de cualquier fanfarria. En una cama desvencijada de la casa de un pariente, exhal el ltimo aliento con una herida de bala en el pecho, la misma que se hab a llevado con l desde Madrid, como una amante cruel y leal.
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