Hay un lugar en que todo se conecta con todo, y todo est bien como est . Hay ese lugar y en general no lo vemos. Alguien comparte la a oranza infinita por esa casa de todos, donde todo era subyugantemente m gico, y nos presenta todos los caminos por los que llegar y encontrarnos. "Recuerdo claramente: hab a una cerca que de d a era sepia y de noche se ve a de un blanco primoroso. Tras la cerca, unos metros de fango rojo resbaladizo: ninguno de los invitados ca a en el fango, pero no hab a uno que no evocara, al atravesar la cerca, la ominosidad y la verg enza de su figura despatarrada en el barro. Por eso, el suspiro de alivio era en todos evidente, cuando llegaban por fin al c sped del jard n frontal: euf ricos por haber atravesado los lodazales sin perder la elegancia, corr an el riesgo de olvidar que a n estaban a mitad de camino. Los m s osados y despreocupados se apresuraban a descalzarse, y entonces se pinchaban con la multitud de abrojos que se hincaban en sus pies, emboscados entre las hebras finas del c sped recortado; y corriendo desatinadamente en pos de sus zapatos se pon an al alcance de los regadores autom ticos, de cuyo circuito sal an inexorablemente empapados. Los m s sensatos -fundamentalmente, quienes hab an frecuentado ya por largo tiempo nuestra casa- atravesaban el c sped caminando atentos, con su calzado puesto, evitando ser cazados por el agua. El rea de c sped segu a tras este primer tramo, bordeaba la casa, y alcanzaba el peque o bosque de esos rboles cuyas hojas adoptan, en su cara que mira hacia arriba, un tono platinado, y resignan su otra faz a un color ceniciento memorioso. Pero tras el primer tramo de c sped que hab a que salvar conteniendo las burbujas de la euforia por el xito obtenido frente al barro, tras ese tramo en que hab a que proteger los pies y evitar el azote del agua, se abr a ante nuestros invitados un sendero blanqu simo de cal, adornado con peque as piezas irregulares de m rmol que delineaban sus costados. Nosotros apag bamos all las luces, y un circuito de ventiladores se hac a cargo de la brisa: algunos comenzaban a estornudar, sobre todo las primeras veces que ven an. Quiz era el aroma que esparc amos para ahuyentar par sitos e insectos, el caso es que algunos estornudaban sin parar varios minutos de corrido, y terminaban exhaustos en alguno de los bancos que hab amos dispuesto, a esos efectos, a los costados del camino. En general, cuando recuperaban el resuello, volv an sobre sus pasos confundidos y dejaban para otra noche su intenci n de visitarnos. Los avisados, serpenteaban h bilmente entre las sendas de aire y llegaban eficazmente hasta el pie de la escalinata de m rmol rosado y amarillo, incrustada de cuarzos enormes y piezas de metales diversos. Ante el portal de nuestra casa, los recib a una hilera de focos de mercurio que se encend an instant neamente gracias a un sensor infrarrojo, ni bien alguien llegaba. Habituados sus ojos a la suavidad de la tiniebla, algunos se encandilaban, y el v rtigo los hac a tropezar con la escalinata. Otros, miraban en derredor restreg ndose los ojos y de pronto se topaban con los reflejos de colores filosos de alguna pieza de cuarzo o de metal, y se quedaban absortos por un rato en las formas que ve an en la luz; hasta que se recompon an y prosegu an el camino, o se ve an compelidos a salir y meditar, para volver a intentarlo alguna otra noche. Mas los hab a, muy de tanto en tanto, que llegaban preparados, entornaban a tiempo los ojos, y al pie de la escalinata miraban fijamente hacia delante: sub an de a un paso seguro por pelda o, ve an el portal entreabierto e ingresaban al sal n de casa, donde mullidas alfombras se acomodaban en un paisaje desnudo, de paredes transparentes tras las que no hab a nada para ver." All nos encontramos ahora.
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