Un mensaje urgente, un cad ver ilustre, un expediente sin due o. En El conspirador de Ginebra, los hilos invisibles de Clearstream, Elf, las fragatas de Taiw n y Rhodia convergen en una operaci n que nadie firma y que todos temen. Cuando Paul Reitzenstein, banquero temido y codiciado por los partidos, irrumpe en el tablero, la maquinaria del poder se pone en marcha: tel fonos intervenidos, reuniones a medianoche, lealtades compradas al peso.
Una secretaria que sabe demasiado, un ministro que juega a dos bandas, tres ejecutivos dispuestos a todo, y una mujer en fuga que guarda la llave de un crimen perfecto. Mientras las orillas del lago de Ginebra reflejan una paz enga osa, una caza sin tregua avanza por despachos en penumbra, aeropuertos secundarios y cl nicas de lujo donde se decide el destino de los culpables y de los inocentes.
Cada pacto abre una grieta. Cada paso deja rastro. La pregunta no es qui n mueve los hilos, sino cu nto est dispuesto a pagar para no aparecer en la foto. Entre bancos familiares y consejos de administraci n, entre despachos alfombrados y mansiones solitarias al borde del lago, se mueven personajes que arrastran consigo tanto la arrogancia de la riqueza como la degradaci n moral del c lculo perpetuo.
Con una prosa de im genes intensas y de cadencia grave, la obra nos arrastra a ese escenario donde lo p blico y lo ntimo se confunden, donde la pol tica se confabula con las finanzas y donde la verdad resulta siempre m s peligrosa que la mentira.