Hab a un criado en aquella casa, un hombre que, seg n comprend , acompa aba a todas partes a Steerforth y que hab a entrado a su servicio en la Universidad. Aquel hombre era en apariencia un modelo de respetabilidad. Yo no recuerdo haber conocido en su categor a a alguien m s respetable. Era taciturno, andaba suavemente, muy tranquilo en sus movimientos, deferente, observador, siempre a mano cuando se le necesitaba y nunca cerca cuando pod a molestar. A pesar de todo, su mayor virtud era su respetabilidad. No era nada humilde y hasta parec a un poco altanero. Ten a la cabeza redonda y rapada, hablaba con suavidad y ten a un modo especial de silbar las eses, pronunci ndolas tan claras que parec a que las usaba m s a menudo que nadie; pero todas sus peculiaridades contribu an a su respetabilidad. Si hubiese tenido una nariz desmesurada habr a sabido hacer que resultase respetable. Viv a rodeado de una atm sfera de dignidad y andaba con pie firme por ella. Habr a sido imposible sospechar de l nada malo.
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