En el manifiesto Cuba contra Espa a Enrique Jos Varona afirm en 1895:
La guerra es una triste necesidad. Pero cuando un pueblo ha agotado todos los medios humanos de persuasi n para recabar de un opresor injusto el remedio de sus males; si apela en ltimo extremo a la fuerza con el fin de repeler la agresi n permanente, que constituye la tiran a, ese pueblo hace uso del leg timo derecho de defensa, y se encuentra justificado ante su conciencia y ante el tribunal de las naciones.
Este es el caso de Cuba en sus guerras contra Espa a. Ninguna Metr poli ha sido m s dura, ha vejado con m s tenacidad, ha explotado con menos previsi n y m s codicia. Ninguna colonia ha sido m s prudente, m s sufrida, m s avisada, m s perseverante en su prop sito de pedir su derecho apelando a las lecciones de la experiencia y de la sabidur a pol tica. Solamente la desesperaci n ha puesto a Cuba las armas en la mano, y cuando las ha empu ado ha sido para desplegar tanto hero smo en la hora del peligro, como buen juicio hab a demostrado en la hora del consejo.
Si la historia de Cuba en este siglo es una larga serie de rebeliones, a todas ha precedido un per odo de lucha pac fica por el derecho, que ha sido siempre est ril, merced a la obstinada ceguedad de Espa a.
Desde los albores del siglo hubo patriotas en Cuba, como el presb tero Caballero y don Francisco Arango, que expusieron al gobierno metropol tico los males de la Colonia, y se alaron su remedio, abogando por las franquicias comerciales, que demanda su organizaci n econ mica, y la intervenci n de los naturales en su gobierno, fundada no solo en el derecho, sino en la conveniencia pol tica, por la enorme distancia del poder central y los graves embarazos en que se encontraba. Las necesidades de la guerra con las colonias del continente, cansadas de sufrir la tiran a espa ola, obligaron al gobierno de la Metr poli a conceder un principio de libertad comercial a la Isla; ensayo pasajero que derram la prosperidad en su territorio, pero que no bast a abrir los ojos de los estadistas espa oles. En cambio, el recelo y la suspicacia contra los americanos, que se hab an despertado en sus corazones, los indujeron a mermar primero y suprimir en breve las escasas facultades de administraci n que resid an en algunas corporaciones locales de Cuba, como la Junta de Fomento.