En la penumbra dorada de la tarde, cuando el sol se inclina lentamente hacia el horizonte y la playa se ti e de un resplandor ardiente, se despliega ante los ojos una enso aci n que se alza como un barco de estrellas anhelante, listo para surcar los mares de la imaginaci n. En ese rinc n donde la realidad y la fantas a convergen, donde el cielo y el mar entablan su eterna conversaci n, los l mites se difuminan y los corazones se abren a las posibilidades ilimitadas del sue o crepuscular.