Hac a falta ser lo hombre que era Jo Carven para no matar al sujeto que ten a delante. Y la hombr a nunca se ha podido medir ni pesar; ni siquiera tiene comparaci n.
Una pelea fue suficiente para dominar al asesino. Un golpe bien dado, como s lo Jo sab a darlos, y el repulsivo individuo cay al suelo. Ahora estaba a su merced, pod a balearlo, clavarlo en el suelo de tierra de la caba a, aplastarle el cr neo.