Desde el puesto de guardia, m s alto que el lienzo de cal y de alambre de espino que rodea el cuartel, el soldado vigila una calle larga. Sus ojos persiguen las nimias incidencias de la ma ana soleada. En la acera del cuartel, reposan todav a las sombras; enfrente, el sol va levantando las naves de una pa er a ruinosa, y lustra las ramas de la magnolia que adumbra, con su n veo aroma, el jard n de un hotelito berroque o. "A cal y canto.....
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