Cuando nos oprime el infortunio y la desdicha, no falta alguien que se nos presente con la sonrisa en los labios, esperando hacernos part cipes de ambas, si la miseria no ha concluido a n del todo el prestigio de nuestra pret rita opulencia. Es, pues, tal prestigio, el que re ne en torno de nosotros a todas las personas que nos conocieron dobladas al peso de la desgracia. La baronesa Daglars, si bien hab a resistido ese gran peso, congregaba a n en...